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Al quinto bostezo su aire difícil se le metió dentro. Le llenó la boca y el pulmón de resonancia, de memorias de guerra y galardones de gloria. La dejó sumisa para después del postre cerca de la mesilla de noche. Ella se fue comiendo a base de padrastros, él se fue engañando a base de Belmondos. Cuando ella creyó controlar la histeria, el de miradas putas le arrancó el último pellejo.
Se acabó la función...
Una mañana mojada Alicia le dijo al proxeneta: "No tienes chistera, ni reina de corazones, sólo putas contra la desdicha. No me mires así, si fuera por pupilas ya hubieras muerto." Él respondió: "¿En qué se parece un cuervo a una mesa de escribir?"
Aún nos queda la carne del despiece los trozos de dentro los que no se tocan. Aún me queda la fibra sensible las tripas, las entreñas, la buena fé. Aún podemos hacernos más daño, después de todo la sangre no corre y tenemos dos almas para empeñar. Gretel y yo acabaremos en el horno porque total... hace mucho frío fuera del cuento.
"Ambos somos carroña, así que dejemos las lecciones para después del disparo." Don Efímero
Con mi complejo de cubreausencias, de empaste rutinario, de gusiluz, me voy a hacer un collar. Cada vez que vuelva la cabeza para verte marchar se irá ajustando, cada portazo, un poco más. Cuando ya no me quede aire para fumarme tus colillas, se acabarán mis ansias de ceguera mis idas y venidas y mis vueltas a empezar.
Nos embadurnamos en la encimera de la cocina, de mermelada, de celos, de azúcar y cal para espolvorear. Nos quedamos dormidos con las mejillas pegajosas y los dedos de los pies con mantequilla, en un mármol helado que calmaba los bocados. Pero, luego te asediaron las cucarachas mientras yo me daba una ducha.
Me siento en el bordillo y me quedo sola, después sale el niño rubio y el llavero hipopótamo lleno de chocolate. En los cinco pisos de la casa me quedo sola, y me acuerdo de mi abuelo y me sabe a muerto el paladar. La señora gorda habla gritando, yo no la escucho, me saca de una canción triste donde estaba para preguntarme si le puedo rebajar el jarrón. Podría haberle arrancado los dedos de la mano con las planchas viejas, pero me ofrecen un cigarrillo y fumo hasta quedarme sin aire. Mientras me ahogo, los cinco pisos de la casa se rien de mí, me bailan un rato, y cuelgo el cartel de cerrado.
Mangas cortas de un invierno casi ya, ruedan camas o ruedo yo. Ganas de verle tocar, cuenta atrás para el atrevimiento por encima de su boca saturada y de mi consiguiente arrepentimiento. Su culpa o la mía, la ganas de volverme misógina el pollo frío y mi dúplex nuevo de alquiler. Más asustada y más salamandra debe ser septiembre con sus burlas, ojalá desaparecer fuera más fácil.
Ojeras, de apretarte con los puños para no ver mucho, o del rastro azul de lágrimas reventadas por dentro. Dedos que escriben canciones y escriben espaldas, que se arrugan como los rostros viejos en mil bocas. Te alejas borrando las huellas, y silbando, pero te olvidas los mostruos en las camas que visitas.
Me cuesta dormir, otra vez, no se si me he quedado en un abril seco o en un mayo pasado por agua, no se si me he bebido mi calamidad o realmente me ha reventado por dentro. Complejo de salamandra, salamandra triste.
"La única provocación está en amar, bajar a los negros túneles del Metro, y allí desnudos, amarnos mientras los trenes pasan, y en los ascensores de todos los ministerios, y sobre los tejados bombardeados de Beirut. Todo el misterio está en rodar." Nada más y nada menos... ay...
Mientras él busca las legañas que ha perdido en las mangas del pijama, yo intentó echar la incoherencia a un lado para quemar a gusto las tostadas. Mis días de morirme de pena le suenan a canción del verano. Se rie de mí, me compra huevos kinder y le vendo la tragedia por un cocodrilo. Cuando se hace tarde y el chocolate se pega a los cojines, cambiamos los vídeos por gomina y los dos nos volvemos grandes.
Me pesa Salamanca, un poco, en el costado, se me atraganta Victoria sus monstruos no me bailan y no me extraña demasiado. Mis planes se vuelven mecanos tanto monte y desmonte, y las cañas en la terraza de mi agosto parecen sesiones de autoayuda. Para colmo, de vez en cuando, te me antojas y se me termina de enredar el día.
Una barbilla rota parada en medio del tiempo, del césped, del grito alto del columpio que ahora se estrella contra el suelo. Un bastón culpable de no aguantar más el peso encargado a pies enojados, que no corrieron lo suficiente para atrapar al niño enjabonado. Ojos arrugados que lloran en seco don dientes de leche que llora por todos,´ y mi día raro, que suena a Gloria Fuertes.
  Voy a hacerme un calidoscopio   con las migas de pan que dejas en el mantel.   Voy a llorar un rato, para empaparme entera.   Voy a arañarte los desplantes de mi Barcelona extraña,   para que salgas del estómago de la ballena.   Tu feliz mundanal ruído,   se interpone entre el agua de mar   que tengo atrapada en el ombligo,   intentando como un loco   que ahogue todo el sexo   en una copa de vino.   Voy a llevarme mis supongos a la boca   para soplar...  
 Sale victorioso entre gemidos  de un coro de vírgenes de mentira,  marionetas de un club no tan selecto  que acabamos arrancándonos las cuerdas a mordiscos.   Deja la boca postiza en la mesilla   junto a las mismas frases malgastadas   de tanto subir y bajar caderas,   y se duerme   con la saliva espesa de un anciano,   y los ojos tristes de un niño.   
El verano es indigesto.
Dejé los dedos callados por fin, en las costuras militares de mi 26 pasillo. No tenía donde traerme su abrazo de echar de menos ni mi beso de quedarme un rato más. Tan cerquita de su normalidad que casi me quedo dormida con las uñas llenas de barro y los labios secos de la fiebre.  Dejé los dedos callados por fin, hurgando entre piel de sal y jarabe.
La manos heladas en el desayuno por haber estado hurgando en los congelados, sección gambas, de mis sueños. Por haberme encorvado con el bolso de mamá mientras las estanterías se doblaban hacía dentro y las viejas grises se perdían entre los dedos de plástico de los guantes de goma. La leche rancia por entre los huecos de las cámaras y un hombre feo de seguridad dentro de una bolsa de galletas. Salí dejando pisadas azules de detergente hasta el felpudo de mi casa... sólo que yo no tengo felpudo. Bienvenida a casa, Susana.
Él siempre termina los días atroces borrándolos, siempre le saca el pico a mis monstruos y se va silbando por encima de mi lado feo. Yo callo, y los besos que no doy, se queman en la garganta. Ando plegada como un telescopio, por sus notas,mi orgullo muerto, y los kilos de tristeza que me regaló. Pero,ando deprisa para que no me cojan las ganas, y me vuelva a creer,que ésta vez es de verdad. ("un día volvemos, aquí donde estamos")
Se me despega Charlot. Rehúso del trabajo de cuadros imposibles y de un ya domingo que me arde en las orejas. Soy mitad astilla en el ojo, mitad goma de borrar, mitad pendiente, mitad sin empezar. Callada por un tedio medio tuerto de frotarse tanto la vagancia. Doy por terminado mi día de langosta.
Me hizo casi desaparecer, él siempre tan grande... No me dí cuenta de que sus "cómeme" eran de galleta para menguar.
Seguramente dijo que me fuera, no importa, no le necestio. Tan abiertas en la acera sus manos, tan llenas, de mí, a veces... Me hago doler un poco, para que tan parecido orgullo no se le lleve del todo, sólo un trozo, por aparentar. Y dirán que tengo triste un ojo e incluso el otro, y dirán que nos hemos olvidado... de dónde pusimos el paraguas y de quién odiaba a quién.
Te dije que estuve un momento, buscando la línea que te hizo temblar en una galería de museo. Te dije que se fundía hoy la noche entre rayos y centellas, entre narices torzidas y ojos que se desbordan hacia abajo. No digas nada, aún no llueve.
Le dejo tranquilo, En mangas de chaqueta que se le quedan pequeñas. Le dejo tosiendo, evitando los alardes fálicos hasta la máquina de tabaco. Le dejo abrochándose el pantalón de nuevo, Le dejo descalzo con los pies en azúcar escarchado. Le dejo con una violencia cobarde, Le dejo sin ganas, sin permiso, sin decencia. Entre musas que revienta por dentro Entre ególatras de última generación, Entre el polvo que de tanto estorbar, sobra. Le dejo con la temperatura de cocción adecuada Para tener lo cotidiano tan dulcemente preparado Que a golpe de fogón todo el mundo parece felíz, ¿por qué narices no iba a serlo?
Y el cielo se abría para poder bajar del avión sin precipitarse al suelo. Me han dicho que te han visto, en una esquina de Madrid, no recuerdo cuál. Fui a buscar la farola que reventamos en mil pedazos, pero ya no estaba. Busqué las rayas de coca en el cielo, pero hoy no voló nadie. Me han dicho que sigues igual, pero más blanco y flaco. Hoy soy la que camina hacia atrás, por si nos vemos.
Apunté su número de lapicero en el billete arrugado de viaje roto, y las píldoras marrones se desbordaron del bolso. Hoy tomamos tres, una a juego con los encabezamientos de cafeína, otra, por dormir con todas las cosas menos contigo, y otra, por el sol de mediodía en la terraza que volvió a recordarme que aún no tengo casa.
Odio las mudanzas, y más cuando te mudas a ninguna parte.
Para cuando deje de mascar todas las dudas se me habrán estampado todas las pompas entre los cuadros rojos de la agenda. Los chicles ya no traen pegatina y volveré a quedarme con los dedos pegados a los días confusos y sin azúcar.
Se me ha atragantado un presentimiento con la sopa esta mañana. Se que andas tambaleándote aún por los suburbios lunares que leímos, pero creo que ya no son tus ojos de mar lo que me asusta.
No creo en las playas inventadas de los viejos libros que ya no leo. Pasé el día hurgando en los sueños con el bisturí que me prestaste cuando éramos tristes. No creo en tu tarde podrida ni en la mía, mojada.
Se busca ciudad para nueva vida, a partir de Octubre.
Se comían las unas a las otras, carcomidas en sillones secos. Empachadas de vagancia pesada, de té con dudas,de folios tristes. Unas adjetivando frases como antibiótico, otras perdiendo sandalias en dedos rotos, otras dejando más de lo que llevan o llevando poco para no llorar nada. Un verano que parte los días finitos de los perplejos, un verano que parte la necesidad de lo prestado. Se miraban las unas a las otras, dormidas en trenes diferentes.
A veces te busco. Te busco sin saber dónde, ni cómo, ni pórque. ¿De dónde has salido?
Amenudo los anhelos se acumulan en la almohada, taladrando el oído para mantenerte despierta. Los ojos escuecen en medio de La Nada sin encontrar el nombre adecuado al que gritar los deseos. La memoria se confunde con los sueños, cuando falta una hora para coger el tren.
Ayer frente al quiosco de helados, recordé un beso con sabor a polo de fresa. Aún hay cartas entre cartulinas, entre recortes de radio. El mismo sol hoy, esperando mojado en alguna cuerda de tender.
Aprendo, consumo despacio. Digiero palabras que engordan los talones. Espero sus gestos de complicidad, aunque sean forzados. Regreso de todas partes. Despierto del lunes, del viernes, incluso del domigo. A veces me salpica una de sus sonrisas, y casi parece él de nuevo. Aprendo pero, ya casi no recuerdo a qué sonaban sus renglones.
Día precario, moribundo, día de legañas con bollos de remordimientos. Día de efectos secundarios, de la pérdida después de la ganancia, del "qué te queda", del "y ahora qué".
Anoche estaba helada, se me debió quedar enrredado en el pelo el escalofrío del cuento de Mayo. No quiere salir de ahí, se quedará haciéndose el dormido en la arena de las páginas del libro, lo que me dure el costipado. Y colorín colorado...
Arrepentida de haber pedido otro café en el local de los sillones de mimbre, intento encontrar las ventajas de no pegar ojo. Ahora se lo que es levantarse rota, con el estómago lleno de amapolas, barajando hipótesis sobre el atractivo de tus ojeras, y el tener que levantarte a por otro azucarillo. Salgo de la cafetería con peor pulso que antes, perdida en un tren al que todavía no he subido.
... Y ella volvió a esperarle junto a la farola, sin saber en que parte del cuento se había perdido, extraña, inadecuada y robada. Días de espuma para colgar de los labios del que una noche la enseñó a jugar a cíclopes.
Ayer, Sabor sabor con mayúsculas. Recitó tras una cortina, tras la máscara de Nube, tras Leopoldo y Cohen. Ayer, Iván, y los tambores que resuenan en su boca. "Se me volvió a encoger el alma con el cabrón".
Perdí mi maleta
Se me fueron cayendo los días por el bolsillo descosido del pantalón. La portera me devolvió un lunes y un martes, sucios, y con más de una hora perdida. Se los hubiera cambiado por la caja de fresas que llevaba rato aplastándose en su carro de la compra.
Fuiste teatro y besos partidos en botellas de cristal, y lágrimas opacas, y palabras de miel. Ojalá hubieses venido sólo, sin las manos abrochadas a una tarjeta postal. Demasiados espejos... Las farolas azules destiñen a primeros de abril.
Cuando llegué aún olía a barro cocido. La estatuas seguían ahí sonriendo en la encimera de la cocina. Volver a volver de ninguna parte o de todos lados, volver a gritar con los labios mordidos, volver a tender al sol al amigo desteñido que huye. Cuando llegué olía a pastel de nueces, o a normalidad... no estoy segura.
Se me ha vuelto a quedar frío el café mientras me dormía en espaldas ajenas que corrían desnudas por los pasillos. Embarcaré despacio, de puntillas, para que al llegar no me escuches, para que el resto de tus circunstancias me dejen pasear descalza por entre tus horas perdidas.
Eran las cinco en todas las sillas, las cinco al otro lado de tí las cinco escondido tras ella. Volvería con la mirada ya borrada a la butaca del verano, volvería a buscar supongo, aunque tal vez ya no haya nada.
Hoy es un día demasiado borracho para ser de verdad. Se atraviesa transparente y no pesa, pero los peces no me dejan dormir
Para despreciar mis suspiros no te hacen falta bastones que sujeten el suelo, volviste a romperte entre sonrisas forzadas. Y otra vez el castigo y otra vez la culpa. Para qué preguntar... para qué añorar...
A veces echar de menos se me va de las manos.
Me desperté con los calcetines mojados y la peluca colgando de la mano, había estado soñando con los parques de plástico blanco, los ríos de ron de las aceras y los tambores. Los viajes de vuelta son estrechos, son húmedos y tristes, por eso siempre nos dormimos contra la ventanilla, sabiendo que nos hemos olvidado algo.
Los mostruos de Victoria bailan descalzos, la cabeza da vueltas en sentido contrario, las horas se precipitan por chocar contra el posavasos. Se me ha quedado un trozo de noche en la chaqueta, y el último bar se ha quedado con ella.
Borracho de angustia con hielo y fúgitivo del tedio de plástico. Hay una parada de autobús, un caleidoscopio en el ojo de la luna y esta boca que suena muy de vez en cuando. Yo me bajo en Madrid, flaca de tanto esperar, sentada en algún bordillo, para creerme que sigo buscando.
Palabras y cuerpos que aliviados significan menos. O nada. Sopla fuerte, y pide un deseo.
... y fueron felices y comieron perdices.
Ahora es un desconocido habitual ajeno a cada uno de mis dedos, le perdí entre tanta monotonía, el resto de él lo ignoraré siempre, un pasado sucio, tal vez imprescindible.
Voy a dejar mis aspiraciones a mosquetera, para no descubrirme ante los mismos insignes locos que acostumbran a batirse con el viento, y con el movimiento de sus brazos te lanzan al fango... o a las estrellas.
Colgaban de mis ojos dos cuerdas de guitarra. Bajé las escaleras agarrándome los pulsos. Y antes de verte en el bar ya había vuelto. En un despiste, casi se me olvida lo de la indiferencia. Qué pena que soy mentira, me hubiese encantado entrar.
Un amigo me decía que su quiosquero le repetía constantemente: -La vida hace esquina- Todo lo que entraba y salía de la vida del viejo, sucedía en aquella esquina. Pues bien, supongo que a unos les pilla más de costado que a otros, y que lo único que pretendes, al fin y al cabo, es que alguíen compre el coleccionable.
Silencio. Para disolver el trozo de áspera normalidad que se me ha quedado en la garganta. Silencio. Para no despertar los secretos dormidos, no sea que se les escape algo. Silencio. Para dejarme caer de la manecilla roja del despertador, que no me suelta. Silencio. Para callarte, por favor, silencio.
Ella le miró con los ojos cerrados. El príncipe gris arrojó los dados, gritó tan fuerte que se llevó con él las luces de las farolas: -Culpa y castigo- Los números aún bailan sobre la mesa, ni siquiera supo que cifra salió.
Se volvió hacia ella sin querer, le arañó despacio las promesas y le apretó fuerte la boca. Ella no vió la sal en el bolsillo del verano, y él se volvió gris tan gris como el invierno. Y con la paz elegida y los zapatos abrochados, los dos se quedaron mudos, ajenos y viejos.