Ojeras,
de apretarte con los puños
para no ver mucho,
o del rastro azul
de lágrimas reventadas por dentro.
Dedos
que escriben canciones
y escriben espaldas,
que se arrugan como los rostros viejos
en mil bocas.
Te alejas borrando las huellas,
y silbando,
pero te olvidas los mostruos
en las camas que visitas.

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