Dejé los dedos callados por fin,
en las costuras militares de mi 26 pasillo.
No tenía donde traerme
su abrazo de echar de menos
ni mi beso de quedarme un rato más.
Tan cerquita de su normalidad
que casi me quedo dormida
con las uñas llenas de barro
y los labios secos de la fiebre. 
Dejé los dedos callados por fin,
hurgando entre piel de sal y jarabe.

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