Sale victorioso entre gemidos
 de un coro de vírgenes de mentira,
 marionetas de un club no tan selecto
 que acabamos arrancándonos las cuerdas a mordiscos.

  Deja la boca postiza en la mesilla
  junto a las mismas frases malgastadas
  de tanto subir y bajar caderas,
  y se duerme
  con la saliva espesa de un anciano,
  y los ojos tristes de un niño. 
 

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