Le dejo tranquilo,
En mangas de chaqueta que se le quedan pequeñas.
Le dejo tosiendo,
evitando los alardes fálicos hasta la máquina de tabaco.
Le dejo abrochándose el pantalón de nuevo,
Le dejo descalzo con los pies en azúcar escarchado.
Le dejo con una violencia cobarde,
Le dejo sin ganas, sin permiso, sin decencia.
Entre musas que revienta por dentro
Entre ególatras de última generación,
Entre el polvo que de tanto estorbar, sobra.
Le dejo con la temperatura de cocción adecuada
Para tener lo cotidiano tan dulcemente preparado
Que a golpe de fogón todo el mundo parece felíz,
¿por qué narices no iba a serlo?



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