Me siento en el bordillo
y me quedo sola,
después sale el niño rubio
y el llavero hipopótamo
lleno de chocolate.
En los cinco pisos de la casa
me quedo sola,
y me acuerdo de mi abuelo
y me sabe a muerto el paladar.
La señora gorda habla gritando,
yo no la escucho,
me saca de una canción triste donde estaba
para preguntarme si le puedo rebajar el jarrón.
Podría haberle arrancado los dedos de la mano
con las planchas viejas,
pero me ofrecen un cigarrillo
y fumo hasta quedarme sin aire.
Mientras me ahogo,
los cinco pisos de la casa
se rien de mí, me bailan un rato,
y cuelgo el cartel de cerrado.

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