Al quinto bostezo
su aire difícil
se le metió dentro.
Le llenó la boca
y el pulmón de resonancia,
de memorias de guerra
y galardones de gloria.
La dejó sumisa
para después del postre
cerca de la mesilla de noche.
Ella se fue comiendo
a base de padrastros,
él se fue engañando
a base de Belmondos.
Cuando ella creyó
controlar la histeria,
el de miradas putas
le arrancó el último pellejo.
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Mostrando entradas de 2004
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Aún nos queda la carne del despiece
los trozos de dentro
los que no se tocan.
Aún me queda la fibra sensible
las tripas, las entreñas, la buena fé.
Aún podemos hacernos más daño,
después de todo la sangre no corre
y tenemos dos almas para empeñar.
Gretel y yo acabaremos en el horno
porque total...
hace mucho frío fuera del cuento.
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Con mi complejo de cubreausencias,
de empaste rutinario,
de gusiluz,
me voy a hacer un collar.
Cada vez que vuelva la cabeza
para verte marchar
se irá ajustando, cada portazo,
un poco más.
Cuando ya no me quede aire
para fumarme tus colillas,
se acabarán mis ansias de ceguera
mis idas y venidas
y mis vueltas a empezar.
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Nos embadurnamos
en la encimera de la cocina,
de mermelada, de celos, de azúcar
y cal para espolvorear.
Nos quedamos dormidos
con las mejillas pegajosas
y los dedos de los pies con mantequilla,
en un mármol helado
que calmaba los bocados.
Pero, luego
te asediaron las cucarachas
mientras yo me daba una ducha.
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Me siento en el bordillo
y me quedo sola,
después sale el niño rubio
y el llavero hipopótamo
lleno de chocolate.
En los cinco pisos de la casa
me quedo sola,
y me acuerdo de mi abuelo
y me sabe a muerto el paladar.
La señora gorda habla gritando,
yo no la escucho,
me saca de una canción triste donde estaba
para preguntarme si le puedo rebajar el jarrón.
Podría haberle arrancado los dedos de la mano
con las planchas viejas,
pero me ofrecen un cigarrillo
y fumo hasta quedarme sin aire.
Mientras me ahogo,
los cinco pisos de la casa
se rien de mí, me bailan un rato,
y cuelgo el cartel de cerrado.
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Mangas cortas de un invierno
casi ya,
ruedan camas o ruedo yo.
Ganas de verle tocar,
cuenta atrás para el atrevimiento
por encima de su boca saturada
y de mi consiguiente arrepentimiento.
Su culpa o la mía,
la ganas de volverme misógina
el pollo frío y mi dúplex nuevo de alquiler.
Más asustada y más salamandra
debe ser septiembre con sus burlas,
ojalá desaparecer fuera más fácil.
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Ojeras,
de apretarte con los puños
para no ver mucho,
o del rastro azul
de lágrimas reventadas por dentro.
Dedos
que escriben canciones
y escriben espaldas,
que se arrugan como los rostros viejos
en mil bocas.
Te alejas borrando las huellas,
y silbando,
pero te olvidas los mostruos
en las camas que visitas.
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Mientras él busca las legañas
que ha perdido en las mangas del pijama,
yo intentó echar la incoherencia a un lado
para quemar a gusto las tostadas.
Mis días de morirme de pena
le suenan a canción del verano.
Se rie de mí, me compra huevos kinder
y le vendo la tragedia por un cocodrilo.
Cuando se hace tarde
y el chocolate se pega a los cojines,
cambiamos los vídeos por gomina
y los dos nos volvemos grandes.
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Me pesa Salamanca,
un poco, en el costado,
se me atraganta Victoria
sus monstruos no me bailan
y no me extraña demasiado.
Mis planes se vuelven mecanos
tanto monte y desmonte,
y las cañas en la terraza de mi agosto
parecen sesiones de autoayuda.
Para colmo, de vez en cuando,
te me antojas
y se me termina de enredar el día.
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Una barbilla rota parada
en medio del tiempo, del césped,
del grito alto del columpio
que ahora se estrella contra el suelo.
Un bastón culpable de no aguantar más
el peso encargado a pies enojados,
que no corrieron lo suficiente
para atrapar al niño enjabonado.
Ojos arrugados que lloran en seco
don dientes de leche que llora por todos,´
y mi día raro, que suena a Gloria Fuertes.
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Voy a hacerme un calidoscopio con las migas de pan que dejas en el mantel. Voy a llorar un rato, para empaparme entera. Voy a arañarte los desplantes de mi Barcelona extraña, para que salgas del estómago de la ballena. Tu feliz mundanal ruído, se interpone entre el agua de mar que tengo atrapada en el ombligo, intentando como un loco que ahogue todo el sexo en una copa de vino. Voy a llevarme mis supongos a la boca para soplar...
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Sale victorioso entre gemidos
de un coro de vírgenes de mentira,
marionetas de un club no tan selecto
que acabamos arrancándonos las cuerdas a mordiscos.
Deja la boca postiza en la mesilla
junto a las mismas frases malgastadas
de tanto subir y bajar caderas,
y se duerme
con la saliva espesa de un anciano,
y los ojos tristes de un niño.
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Dejé los dedos callados por fin,
en las costuras militares de mi 26 pasillo. No tenía donde traerme
su abrazo de echar de menos
ni mi beso de quedarme un rato más. Tan cerquita de su normalidad
que casi me quedo dormida
con las uñas llenas de barro
y los labios secos de la fiebre.
Dejé los dedos callados por fin,
hurgando entre piel de sal y jarabe.
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La manos heladas en el desayuno
por haber estado hurgando en los congelados,
sección gambas, de mis sueños.
Por haberme encorvado con el bolso de mamá
mientras las estanterías se doblaban hacía dentro
y las viejas grises se perdían entre los dedos de plástico
de los guantes de goma.
La leche rancia por entre los huecos de las cámaras
y un hombre feo de seguridad dentro de una bolsa de galletas.
Salí dejando pisadas azules de detergente
hasta el felpudo de mi casa...
sólo que yo no tengo felpudo.
Bienvenida a casa, Susana.
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Él siempre termina los días atroces borrándolos,
siempre le saca el pico a mis monstruos
y se va silbando por encima de mi lado feo.
Yo callo,
y los besos que no doy, se queman en la garganta.
Ando plegada como un telescopio,
por sus notas,mi orgullo muerto,
y los kilos de tristeza que me regaló.
Pero,ando deprisa
para que no me cojan las ganas,
y me vuelva a creer,que ésta vez
es de verdad.
("un día volvemos, aquí donde estamos")
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Seguramente dijo que me fuera, no importa, no le necestio. Tan abiertas en la acera sus manos, tan llenas, de mí, a veces... Me hago doler un poco, para que tan parecido orgullo no se le lleve del todo, sólo un trozo, por aparentar. Y dirán que tengo triste un ojo e incluso el otro, y dirán que nos hemos olvidado... de dónde pusimos el paraguas y de quién odiaba a quién.
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Le dejo tranquilo, En mangas de chaqueta que se le quedan pequeñas. Le dejo tosiendo, evitando los alardes fálicos hasta la máquina de tabaco. Le dejo abrochándose el pantalón de nuevo, Le dejo descalzo con los pies en azúcar escarchado. Le dejo con una violencia cobarde, Le dejo sin ganas, sin permiso, sin decencia. Entre musas que revienta por dentro Entre ególatras de última generación, Entre el polvo que de tanto estorbar, sobra. Le dejo con la temperatura de cocción adecuada Para tener lo cotidiano tan dulcemente preparado Que a golpe de fogón todo el mundo parece felíz, ¿por qué narices no iba a serlo?
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Y el cielo se abría para poder bajar del avión sin precipitarse al suelo. Me han dicho que te han visto, en una esquina de Madrid, no recuerdo cuál. Fui a buscar la farola que reventamos en mil pedazos, pero ya no estaba. Busqué las rayas de coca en el cielo, pero hoy no voló nadie. Me han dicho que sigues igual, pero más blanco y flaco. Hoy soy la que camina hacia atrás, por si nos vemos.
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Apunté su número de lapicero
en el billete arrugado de viaje roto,
y las píldoras marrones se desbordaron del bolso.
Hoy tomamos tres,
una a juego con los encabezamientos de cafeína,
otra, por dormir con todas las cosas menos contigo,
y otra, por el sol de mediodía en la terraza
que volvió a recordarme que aún no tengo casa.
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Se comían las unas a las otras,
carcomidas en sillones secos.
Empachadas de vagancia pesada,
de té con dudas,de folios tristes.
Unas adjetivando frases como antibiótico,
otras perdiendo sandalias en dedos rotos,
otras dejando más de lo que llevan
o llevando poco para no llorar nada.
Un verano que parte
los días finitos de los perplejos,
un verano que parte
la necesidad de lo prestado.
Se miraban las unas a las otras,
dormidas en trenes diferentes.
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Aprendo, consumo despacio. Digiero palabras que engordan los talones.
Espero sus gestos de complicidad, aunque sean forzados.
Regreso de todas partes. Despierto del lunes, del viernes, incluso del domigo.
A veces me salpica una de sus sonrisas, y casi parece él de nuevo.
Aprendo pero,
ya casi no recuerdo a qué sonaban sus renglones.
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Arrepentida de haber pedido otro café
en el local de los sillones de mimbre,
intento encontrar las ventajas de no pegar ojo.
Ahora se lo que es levantarse rota,
con el estómago lleno de amapolas,
barajando hipótesis sobre el atractivo de tus ojeras,
y el tener que levantarte a por otro azucarillo.
Salgo de la cafetería con peor pulso que antes,
perdida en un tren al que todavía no he subido.
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Cuando llegué
aún olía a barro cocido.
La estatuas seguían ahí
sonriendo en la encimera de la cocina.
Volver a volver de ninguna parte
o de todos lados,
volver a gritar con los labios mordidos,
volver a tender al sol
al amigo desteñido que huye.
Cuando llegué
olía a pastel de nueces,
o a normalidad... no estoy segura.
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Me desperté con los calcetines mojados y la peluca colgando de la mano, había estado soñando con los parques de plástico blanco, los ríos de ron de las aceras y los tambores. Los viajes de vuelta son estrechos, son húmedos y tristes, por eso siempre nos dormimos contra la ventanilla, sabiendo que nos hemos olvidado algo.
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Un amigo me decía que su quiosquero le repetía constantemente:
-La vida hace esquina-
Todo lo que entraba y salía de la vida del viejo, sucedía en aquella esquina.
Pues bien, supongo que a unos les pilla más de costado que a otros,
y que lo único que pretendes, al fin y al cabo,
es que alguíen compre el coleccionable.
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Silencio. Para disolver el trozo de áspera normalidad que se me ha quedado en la garganta. Silencio. Para no despertar los secretos dormidos, no sea que se les escape algo. Silencio. Para dejarme caer de la manecilla roja del despertador, que no me suelta. Silencio. Para callarte, por favor, silencio.