La manos heladas en el desayuno
por haber estado hurgando en los congelados,
sección gambas, de mis sueños.
Por haberme encorvado con el bolso de mamá
mientras las estanterías se doblaban hacía dentro
y las viejas grises se perdían entre los dedos de plástico
de los guantes de goma.
La leche rancia por entre los huecos de las cámaras
y un hombre feo de seguridad dentro de una bolsa de galletas.
Salí dejando pisadas azules de detergente
hasta el felpudo de mi casa...
sólo que yo no tengo felpudo.
Bienvenida a casa, Susana.
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Mostrando entradas de junio, 2004
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Él siempre termina los días atroces borrándolos,
siempre le saca el pico a mis monstruos
y se va silbando por encima de mi lado feo.
Yo callo,
y los besos que no doy, se queman en la garganta.
Ando plegada como un telescopio,
por sus notas,mi orgullo muerto,
y los kilos de tristeza que me regaló.
Pero,ando deprisa
para que no me cojan las ganas,
y me vuelva a creer,que ésta vez
es de verdad.
("un día volvemos, aquí donde estamos")
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Seguramente dijo que me fuera, no importa, no le necestio. Tan abiertas en la acera sus manos, tan llenas, de mí, a veces... Me hago doler un poco, para que tan parecido orgullo no se le lleve del todo, sólo un trozo, por aparentar. Y dirán que tengo triste un ojo e incluso el otro, y dirán que nos hemos olvidado... de dónde pusimos el paraguas y de quién odiaba a quién.
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Le dejo tranquilo, En mangas de chaqueta que se le quedan pequeñas. Le dejo tosiendo, evitando los alardes fálicos hasta la máquina de tabaco. Le dejo abrochándose el pantalón de nuevo, Le dejo descalzo con los pies en azúcar escarchado. Le dejo con una violencia cobarde, Le dejo sin ganas, sin permiso, sin decencia. Entre musas que revienta por dentro Entre ególatras de última generación, Entre el polvo que de tanto estorbar, sobra. Le dejo con la temperatura de cocción adecuada Para tener lo cotidiano tan dulcemente preparado Que a golpe de fogón todo el mundo parece felíz, ¿por qué narices no iba a serlo?
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Y el cielo se abría para poder bajar del avión sin precipitarse al suelo. Me han dicho que te han visto, en una esquina de Madrid, no recuerdo cuál. Fui a buscar la farola que reventamos en mil pedazos, pero ya no estaba. Busqué las rayas de coca en el cielo, pero hoy no voló nadie. Me han dicho que sigues igual, pero más blanco y flaco. Hoy soy la que camina hacia atrás, por si nos vemos.
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Apunté su número de lapicero
en el billete arrugado de viaje roto,
y las píldoras marrones se desbordaron del bolso.
Hoy tomamos tres,
una a juego con los encabezamientos de cafeína,
otra, por dormir con todas las cosas menos contigo,
y otra, por el sol de mediodía en la terraza
que volvió a recordarme que aún no tengo casa.