Nos libraremos un día de los músculos azules y los intentos fallidos de llorar migas de pan, discípulos cortazianos que podemos levantarnos de un salivazo ajeno mejor que con el sol. Nos libraremos una tarde de besar la lluvia que fue llanto, porque la jodida empapa a pesar de nuestro estribillo marsupial. Nos libraremos de las angustias pintadas con olivettis/pinceles que no tenemos, con una nostalgia que envenena y unos recuerdos manidos y tullidos. Y la vida entonces será, por fin, tan vida será tan labio tan capullo tan pezón.
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Mostrando entradas de marzo, 2006
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Era la hora dobló cuidadosamente mi pantalón, miró los marcos de las puertas y, cansada su mirada se cruzó con la mía, en un momento le devolví la calma. De tanto no quererle se le habían desconchado las patillas, se iba pero volvería, y todo acabaría bien. Yo me quedé asustada rozandándome la cara de lo frias que se me habían quedado las mejillas.
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El hombre vacío se revuelve y vuelve cuando nadie lo mira. Le asoman las orejas de niño por los marcos de las puertas y las mujeres corren a esconderse sujetándose las faldas con las manos. De vuelta a casa, la noche entera, las rodillas se doblan para quedarse sólo anciano con el tiempo todo con el tiempo eterno. Y las horas no pasan, y la cama se enfría y aprieta los dientes para sentir la lengua quemada y abierta por las llagas de morderse los dedos para engañar el hambre. El hombre vacío se revuelve y vuelve cuando nadie lo mira.