Era la hora
dobló cuidadosamente mi pantalón,
miró los marcos de las puertas
y, cansada su mirada
se cruzó con la mía,
en un momento le devolví la calma.
De tanto no quererle
se le habían desconchado las patillas,
se iba
pero volvería, y todo acabaría bien.
Yo me quedé asustada
rozandándome la cara
de lo frias que se me habían quedado
las mejillas.

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