El miedo a la rata fea
que dormía bajo la cama
se cae tras los dientes de leche.
Los monstruos irrisorios, ahora,
casi insultantes,
se alejaban cabizbajos con el sol
del adulto tiempo que llegaba.

Hasta que advertimos, sin aliento.
que se iban los buenos
y se quedaban los malos.
Que el tiempo maldito,
que hacía disipar las pesadillas
de niño agazapado,
no nos concedió la victoria total
de los miedos perdurables.

Sino que nos tendría acorralados
en un avanzar vertiginoso,
viendo llevárselo todo a bajo precio,
en un asiento de espectador privilegiado
proyectando la última sesión,
día tras día,
de todo el puto sol desperdiciado.

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