Descolgó el teléfono un ciento
para llorar con todas la viejas
que seguían tristes después del muerto.
En la cena miramos su foto,
por el rabillo,
por si todo el ojo se iba detrás
y volvía la abuela a llorar al portal.
Al llegar las campanadas,
su reloj sigue dando cuerda
y ella nos felicita un año
que sabe a uva rancia
a casa vacía y vida congoja.
Luego el petardo se hace nostalgia
y llega el acordeón del bisabuelo,
el cazo vacío de sopas de ajo
y mi BH roja en la despensa.

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