Arrepentida de haber pedido otro café
en el local de los sillones de mimbre,
intento encontrar las ventajas de no pegar ojo.
Ahora se lo que es levantarse rota,
con el estómago lleno de amapolas,
barajando hipótesis sobre el atractivo de tus ojeras,
y el tener que levantarte a por otro azucarillo.
Salgo de la cafetería con peor pulso que antes,
perdida en un tren al que todavía no he subido.
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Cuando llegué
aún olía a barro cocido.
La estatuas seguían ahí
sonriendo en la encimera de la cocina.
Volver a volver de ninguna parte
o de todos lados,
volver a gritar con los labios mordidos,
volver a tender al sol
al amigo desteñido que huye.
Cuando llegué
olía a pastel de nueces,
o a normalidad... no estoy segura.